A medida que las comunidades humanas
evolucionaban y aumentaban, presionadas por las amenazas bélicas constantes, la
primera modalidad arquitectónica en desarrollarse fue esencialmente la militar. En ese periodo surgieron las primeras ciudades cuya
configuración estaba limitada por la existencia de murallas y
por la protección de amenazas exteriores.
La segunda tipología desarrollada fue
la arquitectura religiosa. La humanidad se
confrontaba con un mundo poblado de dioses vivos, genios y demonios:
un mundo que aún no conocía ninguna objetividad científica.
El modo en que los individuos lidiaban con la transformación de su ambiente inmediato
estaba por entonces muy influenciado por las creencias religiosas. Muchos
aspectos de la vida cotidiana estaban basados en el respeto o en la adoración a
lo divino y
lo sobrenatural. Los principales edificios dentro de las ciudades eran
palacios y templos.
Esta importancia de los edificios hacía que la figura del arquitecto estuviera
asociada a los sacerdotes o a los propios gobernantes y
que la ejecución fuera acompañada por diversos rituales que simbolizaban el
contacto del hombre con lo divino.
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